CAROLINA SOTO CARRION
El hombre esta provocando un cambio global de una escala inconcebible desde hace tan sólo algunos años. Algunas de las transformaciones operadas en el planeta por causas antropogénicas son ya sobradamente conocidas: el agujero en la capa de ozono, la alteración de los ciclos bioquímicos, el colapso de las pesquerías, los compuestos sintéticos que contaminan la vida animal y amenazan la salud de las personas y, por supuesto, el cambio climático producido por la emisión de gases de efecto invernadero. Surgen nuevas enfermedades, otras cambian sus patrones, las epidemias se extienden debido a la movilidad creciente de los individuos gracias a los medios de transporte mejorados o a las presiones migratorias. El hecho de que algunos de estos fenómenos sean conocidos no significa en modo alguno que resulte sencillo establecer con exactitud los efectos resultantes de las interacciones entre múltiples causas en un nivel sistémico. Sin mencionar que otros fenómenos nuevos e inesperados surgen de tanto en tanto y continuarán haciéndolo en el futuro, probablemente a un ritmo acelerado, debido a que las actividades tecnológicas que los causan aumentan en intensidad, variedad y capacidad transformadora.
Las generaciones futuras se ven expuestas a asumir las consecuencias terribles, de las decisiones equivocadas que la presente está tomando a partir de modelos de análisis y gestión limitados, cuando no simplemente mal concebidos. Por tanto, viviendo como vivimos en una era de riesgo, incertidumbre, indeterminación e ignorancia, donde las repercusiones de las decisiones erróneas, del egoísmo o de la negligencia desbordan los mecanismos de control usuales, resulta una enorme irresponsabilidad no hacer todos los esfuerzos posibles para operar un cambio en nuestras prácticas, con objeto de que mejoren las perspectivas futuras del bienestar y la supervivencia de nuestra especie y de la tierra en su conjunto. El principio de precaución, sin ser una panacea (que por lo demás no existen), es uno de los nuevos instrumentos que han de utilizarse sensatamente a tal fin antes de que la situación alcance unos extremos de pesadilla. Por desgracia esta manera de expresarlo puede ser todo menos retórica.
Hoy se pueden observar experiencias muchas veces crueles (catástrofes sanitarias, alimentarias, ambientales, etc.), acerca de que determinadas formas de contaminación y destrucción del hábitat son del todo irreparables; y que no sólo afectarían a las generaciones futuras sino –básicamente– a nosotros mismos, a nuestra salud y a nuestra economía. El «principio de precaución» funciona progresivamente como criterio ético político y jurídico, precisamente porque en el horizonte de las sociedades post industriales se hace presente la posibilidad racional no sólo del riesgo sino de la catástrofe irreparable. No es sólo el medio ambiente de nuestros nietos lo que se destruiría, por ejemplo, por el accidente de un petrolero ante la Costa Brava, o por una nube radioactiva en Vandellós. Además del aire y del paisaje, se hundirían irremisiblemente vidas humanas, instalaciones, grandes inversiones y, con ellas, miles de puestos de trabajo y todo el sector turístico e industrial. La precaución se vuelve, pues, imprescindible como herramienta de supervivencia personal y colectiva. Más allá de plantear riesgos puramente hipotéticos, la ética del «principio de precaución» nos propone la gestión responsable del riesgo tecno-científico: se trata de evitar la fatal tentación “asimilativa” , en una clara opción moral por la responsabilidad tecnológica y ambiental.
La perspectiva de precaución integra la prevención en una triple jerarquía:
· Reducir los riesgos y evitar los peligros incluso cuando no se constatan efectos inmediatos
· Formular objetivos de cualidad tecno-científica y ambiental
· Definir una aproximación ecológica de la gestión ambiental
Es necesario observar: ¿hasta que punto la “precaución” no se confunde con el “paternalismo” estatista? ¿ hasta que punto es compatible con la autonomía personal y empresarial?, ¿qué legitimidad tiene el Estado para controlar peligros que tal vez sean puramente hipotéticos, o futuribles? etc. El gobierno francés llegó incluso a invocar la “precaución” para justificar el proyecto de ley que incluye la esterilización de discapacitados mentales graves (30 de mayo de 2001) y en este sentido su uso puede tener consecuencias, cuanto menos, complejas.
Desde la «Cumbre de la Tierra» (Rio, junio de 1992) puede considerarse el principio de precaución como plenamente incorporado al conjunto de disposiciones ético-jurídicas destinadas a redefinir la relación entre el hombre y la Tierra. “Precaución” es un concepto que se inscribe, junto a otros como participación, cooperación o responsabilidad en la necesaria agenda de un mundo globalizado. Así, la DECLARACIÓN DE RIO estableció que:
«Para proteger el medio, las medidas de precaución han de ser ampliamente adoptadas por los Estados, según sus capacidades. En caso de riesgo de daños graves o irreversibles, la ausencia de certeza científica absoluta no debe servir como pretexto para retrasar la adopción de medidas efectivas tendentes a prevenir la degradación del medio»
«Incumbe a las partes tomar medidas de precaución para prever, prevenir o atenuar las causas de los cambios climáticos y limitar sus efectos nefastos. Cuando hay riesgo de perturbaciones graves o irreversibles, la ausencia de certeza científica absoluta no debe servir como pretexto para diferir la adopción de tales medidas, en el bien entendido que las políticas y las medidas referidas al cambio climático, requieren una buena relación coste / eficacia, de manera que garanticen las ventajas globales al más bajo coste posible»
«La ausencia de certidumbre científica, debida a insuficiencia de las informaciones y de conocimientos científicos pertinentes referidos a la importancia de los efectos desfavorables potenciales de un organismo vivo modificado (...) no impide que, cuando está destinado a la alimentación humana o animal o a ser transformado [puedan tomarse decisiones sobre su importación] para evitar o reducir al máximo los efectos desfavorables potenciales»
1. No hacer correr a nadie riesgos inútiles por causas tecno-científicas o medioambientales.
2. Ante una incertidumbre, privilegiar siempre la hipótesis más pesimista.
3. Cuando un peligro es inevitable e irreversible trabajar para minimizar sus efectos.
4. Ponderar siempre equilibradamente los riesgos potenciales con los beneficios.
5. Crear una conciencia social sobre las consecuencias de la tecno-ciencia y de las biotecnologías para el medio y para los individuos concretos.
6. Exigir a los fabricantes, industriales, etc., que demuestren de manera fehaciente la idoneidad de sus productos tanto hacia el medio como a los consumidores, usuarios y trabajadores que los manipulan.
7. Ofrecer información transparente sobre riesgos, sin discriminar a nadie y sin crear situaciones de pánico o de angustia injustificados.
Por otro lado, a nivel global, fenómenos como el calentamiento global, la erosión de la capa de ozono, los altísimos niveles de producción de desechos radioactivos, tóxicos y peligrosos, etc. son también resultado de la falta de precaución.
Lo importante del Principio de Precaución es que la sociedad no puede esperar hasta que se conozcan todas las respuestas, antes de tomar medidas que protejan la salud humana o el medio ambiente de un daño potencial.
El uso de plaguicidas y transgénicos en cultivos alimenticios pueden no tener impacto en la salud humana o en el medio ambiente de manera inmediata, pero el efecto acumulativo luego de un período dado puede ser irreversible y grave.
Existen además una serie de impactos potenciales que no han sido aún identificados por la ciencia, sobretodo cuando se trata del uso de tecnologías muy nuevas que revolucionan las leyes de la naturaleza, como la ingeniería genética, o cuando se trata de poner en marcha actividades en ecosistemas poco estudiados y complejos como los tropicales.
Cuando se aplica el Principio de Precaución, se deben tomar medidas preventivas antes de tener pruebas científicas concluyentes tipo causa y efecto, la idea es prevenir el daño.
Para decidir si una actividad o tecnología entraña riesgos para la salud humana y el ambiente, se debe tener en cuenta las evidencias científicas existentes, aunque éstas no sean concluyentes; pero también el conocimiento de comunidades indígenas y locales, que han estado en contacto con un ecosistema por mucho tiempo y que, por lo tanto, conocen su funcionamiento y sus amenazas. Desde este punto de vista, es necesario valorar los conocimientos tradicionales y elevarlos a la misma categoría de la ciencia occidental.
Cuando se tiene que tomar una decisión con muchos elementos de incertidumbre y ésta puede conducir a daños en la salud humana y el ambiente, entonces debe aplicarse el Principio de Precaución.
La incertidumbre se produce cuando la información existente es ambigua o insuficiente, y aunque se debe tratar de llenar estos vacíos de información, no siempre es posible. Por ejemplo, no siempre se conocen los efectos sistémicos o acumulativos, múltiples e interactivos de una actividad o tecnología.
Cuando hay vacíos teóricos muy grandes, los científicos utilizan modelos matemáticos o simulaciones en los laboratorios. Sin embargo, estos modelos de incertidumbre son imprecisos y casi nunca se aplican a las condiciones de la vida real.
La falta de evidencias de que algo es riesgoso podría ser interpretada como evidencia de la falta de un riesgo si se trata de un problema muy sencillo. Pero aquí estamos hablando de sistemas biológicos, sociales y de la salud humana donde no se puede hacer predicciones de tipo mecánico.
Finalmente, frente a la incertidumbre casi siempre se proponen paliativos, para retirar la mirada de la verdadera amenaza, el principio de precaución hoy sigue siendo un tema de mucha controversia pero en esencia importante.