La pesadilla de Darwin
Análisis económico-social:
“Tanto la libertad como el bienestar desaparecen cuando se nos obliga por la fuerza a compartir el producto de nuestro trabajo”.
Que el trabajador comparta la riqueza que genera su trabajo con el empresario o con el banquero, es la dicotomía y real injusticia en la que se fundamenta el capitalismo. Esa es la injusticia que impide ser libre a tanta gente y gobiernos debilitados económicamente en el mundo.
Las economías occidentales crecen y “tenemos cuanto queremos”. Y al mismo tiempo, somos bombardeados diariamente en TV con imágenes de gente sufriendo y niños muriéndose de hambre. Por ello, en tanto seres humanos que somos, tenemos que sentir compasión necesariamente.
Hay muchos países en África de los que no recibimos noticias porque son noticias “aburridas”. Las imágenes de gente trabajando y prosperando no interesan; sólo las de pobreza y la guerra. Sin embargo el movimiento antiglobalización utiliza campañas de marketing y ofrece al público las imágenes que quieren que veamos.
No existe una figura más vituperada en la historia que la del burgués, ni un sistema económico menos valorado que el capitalismo. Sin embargo, los burgueses encabezaron las revoluciones liberales que acabaron con el feudalismo y sus privilegios. Y con la ayuda del capitalismo lograron sacar de la miseria a millones de personas.
Algunos acaudalados empresarios son los peores enemigos del mercado. A éstos no les interesa preservar la libre competencia porque ya han alcanzado la riqueza y no la quieren compartir. Temen la competencia de nuevos empresarios, ansiosos de escalar en la economía, solamente puede perjudicarles. Por eso quitan la escalera cuando llegan arriba.
El clásico ejercicio por el cual la riqueza es una sencilla operación de suma cero: si yo tengo algo es porque te lo he quitado a la fuerza. Una injustísima relación provocada por “términos de intercambio” que sólo benefician a una parte y que exige reparación inmediata.
Por ejemplo, Tailandia avanza con paso firme hacia el Primer Mundo mientras que sus vecinos cercanos, Birmania, Camboya (la de Pol Pot), Corea del Norte, esos edenes socialistas que viven al margen del mundo, no llegan a fin de mes y padecen crueles dictaduras desde hace décadas.
En el Tercer Mundo, madre patria de todas las miserias (incluido por supuesto nuestro querido Perú), los que han abrazado, aunque sea ligeramente, las recetas liberales disfrutan de un mejor pasar que los que perseveran en los controles de precios y las expropiaciones arbitrarias de la propiedad privada con la excusa del interés general. Bostwana, sin ir más lejos, que, desde el principio, promovió el libre comercio y respetó la propiedad de cada ciudadano, crece resueltamente y hoy se encuentra a la cabeza del continente en renta per cápita. El problema de hablar de derecho de propiedad en muchas partes de África es que, ya de entrada, la gente no sabe qué es el derecho de propiedad (si no veamos el misterio del capital del Sr. H.de Soto).
Nos ha enseñado la historia y la lógica lo confirma, que una organización social funciona eficientemente sólo si las leyes y reglamentos respetan el derecho de propiedad de los recursos y de los medios de producción, lo cual incluye el derecho a su libre y pacífico intercambio. Es así por tres razones:
Primera, los precios deben ser reales y no inventados o adulterados por burócratas amparados en las desigualdades sociales, porque los precios cumplen muchas funciones necesarias para la eficiencia. Por no tener precios reales fracasaron los sistemas de planificación económica ensayados en todo el mundo socialista en décadas pasadas.
Un sistema de precios reales refleja la relativa escasez de los recursos, el estado de progreso del momento, las prioridades y poder adquisitivo de las personas. Pero los precios sólo pueden cumplir su función cuando se respeta el derecho de propiedad de los recursos y medios de producción. Es así porque precisamente los precios son el resultado de esos intercambios que llamamos mercado. Un sistema mixto puede funcionar copiando y alterando precios pero sólo de una manera muy pobre, porque la eficiencia económica del sistema exige precios reales para asignar eficientemente la utilización de recursos.
Segunda, sólo en una economía de mercado se dan los incentivos virtuosos y necesarios para la prosperidad de todos. Sólo en la economía de mercado sucede que la única manera honrada de mejorar es mejorando a los demás. En el mercado no hay otra opción. En una economía de mercado –y solamente en ella– las personas se esfuerzan por interés propio, compitiendo unos con otros para satisfacer las prioridades de quienes pueden afectar su patrimonio personal, es decir, de los clientes y consumidores. En otros sistemas estatalistas, también por interés propio, hay que complacer a quienes tienen el poder de afectar su patrimonio personal: el burócrata al servicio del Estado.
Y tercera, un persistente problema que impide la eliminación de la pobreza es el afán de lograr mayor igualdad económica en base a la redistribución de ingresos, utilizando para ello el sistema impositivo. Es lo que recomiendan los burócratas internacionales (que viven de los impuestos) a quienes tanta atención se les presta. La política de usar el sistema impositivo para reducir pobreza y desigualdades resulta contraproducente, pues empobrece también a los pobres. La disyuntiva real es entre intentar reducir las desigualdades por la fuerza de la ley impositiva o reducir la pobreza misma. Lo uno excluye a lo otro y me temo que lo que suele prevalecer es de tratar de reducir las desigualdades por la fuerza aunque se traduzca en mayor pobreza.
Lamentablemente esto no se comprende y, por lo tanto, es urgente insistir en que en una economía de mercado (sin privilegios otorgados por los gobiernos) solamente se puede hacer fortuna beneficiando a los demás. Tratar de disminuir diferencias resulta siempre una mayor y perdurable miseria y tiende a negar la justa distribución que la gente determinó cuando decidió con su dinero, en calidad de consumidor, gastarlo a favor de quienes más le benefician con sus productos y servicios.
Por último, existe un fenómeno denominado “círculo de la miseria”, que se da en los países pobres. Al no haber demanda, no hay empresarios que inviertan; al no haber inversión, no hay empleo y al no haber empleo, no hay demanda. En las últimas décadas aquellos países atrasados, como China, que han brindado seguridad jurídica y un entorno laboral y fiscal competitivo a las empresas a las que llamas explotadoras han roto el llamado “círculo de la miseria”.
Hay otro círculo que frecuentemente ocurre en las nuevas y falsas democracias de los países subdesarrollados, aunque en otros países algo más desarrollados también aparece ¿adivinas donde? A ese fenómeno, que acontece en el ámbito electoral, se denomina “círculo político de la pobreza”.
Los países con un supuesto sistema democrático que consiste en la mentira para elegir a sus gobernantes, se caracterizan porque la mayoría de los ciudadanos que participan en las elecciones tienen bajos ingresos o son desempleados o son muy poco reflexivos. Muchos de ellos se identifican con los candidatos que se anuncian como defensores y partidarios de los pobres (llámense progres o neocomunistas), ofreciéndoles empleos o sacarlos de la pobreza mediante dádivas y programas gubernamentales que no son sostenibles en el medio plazo sin causar fuertes desequilibrios económicos –inflación, endeudamiento y devaluaciones–, pero que sirven a corto plazo para ganar votos en una elección. Con frecuencia, en los países pobres el candidato que más promete, sin explicar cómo va a cumplir sus promesas, tiene más posibilidades de ganar, pues la mayoría de los votantes ven a corto plazo y no tienen una imagen clara de los resultados negativos en otros países y en su propio país, en el pasado, de tales programas populistas.
Cuando un candidato populista llega al poder y no logra cumplir con sus promesas, busca culpables de sus fracasos dentro o fuera del país. Muchos electores creen esas excusas, no aprenden la lección y vuelven a votar por candidatos que utilizan tanto la miseria como la ignorancia de los principios económicos para prometer lo mismo que ya fracasó una y otra vez.
Por el contrario, los candidatos cuyos programas están basados en políticas económicas prudentes a menudo no ganan las elecciones. Donde eso sucede se da el “círculo político de la pobreza”, que sólo se supera después de experiencias traumáticas
En América Latina la mayoría de los acaudalados son políticos, gobernantes, militares y funcionarios que hicieron su fortuna robando al Estado. Estos ricos jamás van a apoyar el cambio, las reformas y el mercado libre, donde saben que sólo prosperan los que trabajan y compiten honestamente.
El capitalismo no es clemente con los malos empresarios: no hay favoritismos ni privilegiados. Sólo aquellos que satisfacen a los consumidores pueden prosperar en el mercado libre.
Hay mucha gente en el mundo pasando necesidad y esclavitud a los niños en trabajos precarios, no te equivoques, pero el gran obstáculo a su prosperidad personal no es la falta de ayuda. Varias décadas de ayuda de países desarrollados no han dejado más rastro que jugosas cuentas de políticos en los bancos suizos y gobiernos corruptos en los países del Tercer Mundo que gobiernan aliados con los cuatro empresarios caciques creando monopolios que imponen duras condiciones de trabajo, pero, te vuelvo a recordar que eso no es el libre mercado.
Ciertamente, puede ser muy dañina la ayuda al Tercer Mundo. Uganda ha recibido ayuda durante mucho tiempo porque el presidente se convirtió en la niña de los ojos de Occidente. En todo este período ha incrementado el gasto militar en un 20% y desde luego no gracias a la recaudación de impuestos. Además ha utilizado este dinero para eliminar la disidencia política de su país.
África es un continente habituado a tener líderes despóticos. Darles a estos países dinero público es como darle a un “pillo” las llaves de tu coche esperando que sea responsable. Toda esta ayuda externa socava el poder que la sociedad civil de estos países tiene para hacer a un gobierno responsable de sus actos.
No solamente el dinero que se entrega a los políticos; también los recursos procedentes de organizaciones como la FAO o ONGs son dañinos. Tenemos el típico ejemplo de gente que acude a pueblos con jeeps o camionetas 4x4, y que buscan continuamente proyectos que emprender, aun cuando en buena medida no son empresarios, ingenieros o profesionales de algún tipo; pero tienen todo el dinero que los occidentales les han dado para “hacer algo”.
Volviendo al tema de la pobreza del Tercer Mundo debes saber que la mayoría de las naciones del África subsahariana son más pobres hoy que cuando se independizaron, durante los años 60 y 70. La producción de alimentos ha disminuido desde entonces cerca de un 20%. En promedio, el PIB per cápita ha caído medio punto al año desde 1975.
Analicemos de nuevo a Zimbabwe. Este país fue hasta fechas recientes, uno de los más prósperos países del continente negro. “Pocos han fracasado tan espectacularmente, o tan trágicamente, como Zimbabwe en el último lustro. De ser una de las infrecuentes historias de éxito en África, ha pasado a representar uno de sus peores desastres económicos y humanitarios”.
¿Qué es lo que está pasando? El presidente, Robert Mugabe, acusa a sus enemigos nacionales y extranjeros, particularmente a Inglaterra y a EEUU, de tratar de derrocarle. Como no podía ser menos, tanto Mugabe como parte de la élite académica sacan a pasear la vieja excusa de siempre: el Tercer Mundo está siendo explotado por las multinacionales y por el legado del colonialismo.
Parece increíble que, teniendo al alcance todos los conocimientos de que dispone el mundo moderno, siga habiendo tantos países pobres y tanto progre demagogo. Se comprende que en épocas pasadas la gente no tuviera luz eléctrica, medicinas eficaces, aparatos electrónicos, etc. porque no existían. Pero hoy en día, cuando hasta los “técnicos” abundan, ¿a qué se debe que tantos sigan siendo tan pobres?
Sucede frecuentemente que la respuesta a un problema por ser obvia pasa desapercibida y, otras veces, la respuesta es tan simple que no merece crédito y se descarta sin pensarlo. ¿Acaso es mucho pedir reconocer que la ausencia de progreso se debe a que, en el afán de lograrlo, más bien se impide? Si así es, la solución es obvia: dejar de bloquear e impedir el progreso.
No pongo en duda que la mayoría de los problemas sociales proceden de la escasez. Y el principal problema de una sociedad es la atención a aquella parte que sufre la escasez de forma más acuciante, pero la sociedad está cimentada sobre la producción y la oferta. La riqueza de una familia viene de lo que pueda producir, bien para consumo propio bien para intercambiarlo en el mercado. El progreso económico, el social en consecuencia, proviene de la acumulación de capital que haga el empeño económico más productivo.
La moral personal, el trabajo y el ahorro, la familia, la pertenencia a una comunidad de personas en una sociedad estructurada por usos comunes. Todo ello constituye el camino por el que han salido de la pobreza millones de personas. No por la atención básica e inmediata en los momentos de mayor dificultad, sino porque se han reinsertado en una vida sustentada.
La lucha contra la pobreza de una determinada parte del planeta sólo puede basarse en la mejora de la realidad económica de dicho lugar. Los subsidios y la caridad son una ayuda a corto plazo, pero resultan letales a largo plazo, porque sólo prolongan determinadas situaciones contra las que hay que luchar de raíz.
Finalmente, Charles Darwin, en su teoría de la especies, sustenta que en el mundo sobreviven las especies mas fuertes y las especies más débiles son las que desaparecen más rápido de la tierra y esto en la realidad se ha vuelto una pesadilla, pues si hacemos el análisis de los países mas desarrollados frente a los países menos desarrollados, es una pesadilla el hecho de sobrevivencia, se observa en el documental las consecuencias ecológicas, sociales y económicas de la introducción de la perca del Nilo (Lates Niloticus) en el Lago Victoria, el segundo lago de agua dulce más grande del mundo , si hablamos ecológicamente sería un lago con posibilidades de un desarrollo sostenible.
Las economías occidentales crecen y “tenemos cuanto queremos”. Y al mismo tiempo, somos bombardeados diariamente en TV con imágenes de gente sufriendo y niños muriéndose de hambre. Por ello, en tanto seres humanos que somos, tenemos que sentir compasión necesariamente.
Hay muchos países en África de los que no recibimos noticias porque son noticias “aburridas”. Las imágenes de gente trabajando y prosperando no interesan; sólo las de pobreza y la guerra. Sin embargo el movimiento antiglobalización utiliza campañas de marketing y ofrece al público las imágenes que quieren que veamos.
No existe una figura más vituperada en la historia que la del burgués, ni un sistema económico menos valorado que el capitalismo. Sin embargo, los burgueses encabezaron las revoluciones liberales que acabaron con el feudalismo y sus privilegios. Y con la ayuda del capitalismo lograron sacar de la miseria a millones de personas.
Algunos acaudalados empresarios son los peores enemigos del mercado. A éstos no les interesa preservar la libre competencia porque ya han alcanzado la riqueza y no la quieren compartir. Temen la competencia de nuevos empresarios, ansiosos de escalar en la economía, solamente puede perjudicarles. Por eso quitan la escalera cuando llegan arriba.
El clásico ejercicio por el cual la riqueza es una sencilla operación de suma cero: si yo tengo algo es porque te lo he quitado a la fuerza. Una injustísima relación provocada por “términos de intercambio” que sólo benefician a una parte y que exige reparación inmediata.
Por ejemplo, Tailandia avanza con paso firme hacia el Primer Mundo mientras que sus vecinos cercanos, Birmania, Camboya (la de Pol Pot), Corea del Norte, esos edenes socialistas que viven al margen del mundo, no llegan a fin de mes y padecen crueles dictaduras desde hace décadas.
En el Tercer Mundo, madre patria de todas las miserias (incluido por supuesto nuestro querido Perú), los que han abrazado, aunque sea ligeramente, las recetas liberales disfrutan de un mejor pasar que los que perseveran en los controles de precios y las expropiaciones arbitrarias de la propiedad privada con la excusa del interés general. Bostwana, sin ir más lejos, que, desde el principio, promovió el libre comercio y respetó la propiedad de cada ciudadano, crece resueltamente y hoy se encuentra a la cabeza del continente en renta per cápita. El problema de hablar de derecho de propiedad en muchas partes de África es que, ya de entrada, la gente no sabe qué es el derecho de propiedad (si no veamos el misterio del capital del Sr. H.de Soto).
Nos ha enseñado la historia y la lógica lo confirma, que una organización social funciona eficientemente sólo si las leyes y reglamentos respetan el derecho de propiedad de los recursos y de los medios de producción, lo cual incluye el derecho a su libre y pacífico intercambio. Es así por tres razones:
Primera, los precios deben ser reales y no inventados o adulterados por burócratas amparados en las desigualdades sociales, porque los precios cumplen muchas funciones necesarias para la eficiencia. Por no tener precios reales fracasaron los sistemas de planificación económica ensayados en todo el mundo socialista en décadas pasadas.
Un sistema de precios reales refleja la relativa escasez de los recursos, el estado de progreso del momento, las prioridades y poder adquisitivo de las personas. Pero los precios sólo pueden cumplir su función cuando se respeta el derecho de propiedad de los recursos y medios de producción. Es así porque precisamente los precios son el resultado de esos intercambios que llamamos mercado. Un sistema mixto puede funcionar copiando y alterando precios pero sólo de una manera muy pobre, porque la eficiencia económica del sistema exige precios reales para asignar eficientemente la utilización de recursos.
Segunda, sólo en una economía de mercado se dan los incentivos virtuosos y necesarios para la prosperidad de todos. Sólo en la economía de mercado sucede que la única manera honrada de mejorar es mejorando a los demás. En el mercado no hay otra opción. En una economía de mercado –y solamente en ella– las personas se esfuerzan por interés propio, compitiendo unos con otros para satisfacer las prioridades de quienes pueden afectar su patrimonio personal, es decir, de los clientes y consumidores. En otros sistemas estatalistas, también por interés propio, hay que complacer a quienes tienen el poder de afectar su patrimonio personal: el burócrata al servicio del Estado.
Y tercera, un persistente problema que impide la eliminación de la pobreza es el afán de lograr mayor igualdad económica en base a la redistribución de ingresos, utilizando para ello el sistema impositivo. Es lo que recomiendan los burócratas internacionales (que viven de los impuestos) a quienes tanta atención se les presta. La política de usar el sistema impositivo para reducir pobreza y desigualdades resulta contraproducente, pues empobrece también a los pobres. La disyuntiva real es entre intentar reducir las desigualdades por la fuerza de la ley impositiva o reducir la pobreza misma. Lo uno excluye a lo otro y me temo que lo que suele prevalecer es de tratar de reducir las desigualdades por la fuerza aunque se traduzca en mayor pobreza.
Lamentablemente esto no se comprende y, por lo tanto, es urgente insistir en que en una economía de mercado (sin privilegios otorgados por los gobiernos) solamente se puede hacer fortuna beneficiando a los demás. Tratar de disminuir diferencias resulta siempre una mayor y perdurable miseria y tiende a negar la justa distribución que la gente determinó cuando decidió con su dinero, en calidad de consumidor, gastarlo a favor de quienes más le benefician con sus productos y servicios.
Por último, existe un fenómeno denominado “círculo de la miseria”, que se da en los países pobres. Al no haber demanda, no hay empresarios que inviertan; al no haber inversión, no hay empleo y al no haber empleo, no hay demanda. En las últimas décadas aquellos países atrasados, como China, que han brindado seguridad jurídica y un entorno laboral y fiscal competitivo a las empresas a las que llamas explotadoras han roto el llamado “círculo de la miseria”.
Hay otro círculo que frecuentemente ocurre en las nuevas y falsas democracias de los países subdesarrollados, aunque en otros países algo más desarrollados también aparece ¿adivinas donde? A ese fenómeno, que acontece en el ámbito electoral, se denomina “círculo político de la pobreza”.
Los países con un supuesto sistema democrático que consiste en la mentira para elegir a sus gobernantes, se caracterizan porque la mayoría de los ciudadanos que participan en las elecciones tienen bajos ingresos o son desempleados o son muy poco reflexivos. Muchos de ellos se identifican con los candidatos que se anuncian como defensores y partidarios de los pobres (llámense progres o neocomunistas), ofreciéndoles empleos o sacarlos de la pobreza mediante dádivas y programas gubernamentales que no son sostenibles en el medio plazo sin causar fuertes desequilibrios económicos –inflación, endeudamiento y devaluaciones–, pero que sirven a corto plazo para ganar votos en una elección. Con frecuencia, en los países pobres el candidato que más promete, sin explicar cómo va a cumplir sus promesas, tiene más posibilidades de ganar, pues la mayoría de los votantes ven a corto plazo y no tienen una imagen clara de los resultados negativos en otros países y en su propio país, en el pasado, de tales programas populistas.
Cuando un candidato populista llega al poder y no logra cumplir con sus promesas, busca culpables de sus fracasos dentro o fuera del país. Muchos electores creen esas excusas, no aprenden la lección y vuelven a votar por candidatos que utilizan tanto la miseria como la ignorancia de los principios económicos para prometer lo mismo que ya fracasó una y otra vez.
Por el contrario, los candidatos cuyos programas están basados en políticas económicas prudentes a menudo no ganan las elecciones. Donde eso sucede se da el “círculo político de la pobreza”, que sólo se supera después de experiencias traumáticas
En América Latina la mayoría de los acaudalados son políticos, gobernantes, militares y funcionarios que hicieron su fortuna robando al Estado. Estos ricos jamás van a apoyar el cambio, las reformas y el mercado libre, donde saben que sólo prosperan los que trabajan y compiten honestamente.
El capitalismo no es clemente con los malos empresarios: no hay favoritismos ni privilegiados. Sólo aquellos que satisfacen a los consumidores pueden prosperar en el mercado libre.
Hay mucha gente en el mundo pasando necesidad y esclavitud a los niños en trabajos precarios, no te equivoques, pero el gran obstáculo a su prosperidad personal no es la falta de ayuda. Varias décadas de ayuda de países desarrollados no han dejado más rastro que jugosas cuentas de políticos en los bancos suizos y gobiernos corruptos en los países del Tercer Mundo que gobiernan aliados con los cuatro empresarios caciques creando monopolios que imponen duras condiciones de trabajo, pero, te vuelvo a recordar que eso no es el libre mercado.
Ciertamente, puede ser muy dañina la ayuda al Tercer Mundo. Uganda ha recibido ayuda durante mucho tiempo porque el presidente se convirtió en la niña de los ojos de Occidente. En todo este período ha incrementado el gasto militar en un 20% y desde luego no gracias a la recaudación de impuestos. Además ha utilizado este dinero para eliminar la disidencia política de su país.
África es un continente habituado a tener líderes despóticos. Darles a estos países dinero público es como darle a un “pillo” las llaves de tu coche esperando que sea responsable. Toda esta ayuda externa socava el poder que la sociedad civil de estos países tiene para hacer a un gobierno responsable de sus actos.
No solamente el dinero que se entrega a los políticos; también los recursos procedentes de organizaciones como la FAO o ONGs son dañinos. Tenemos el típico ejemplo de gente que acude a pueblos con jeeps o camionetas 4x4, y que buscan continuamente proyectos que emprender, aun cuando en buena medida no son empresarios, ingenieros o profesionales de algún tipo; pero tienen todo el dinero que los occidentales les han dado para “hacer algo”.
Volviendo al tema de la pobreza del Tercer Mundo debes saber que la mayoría de las naciones del África subsahariana son más pobres hoy que cuando se independizaron, durante los años 60 y 70. La producción de alimentos ha disminuido desde entonces cerca de un 20%. En promedio, el PIB per cápita ha caído medio punto al año desde 1975.
Analicemos de nuevo a Zimbabwe. Este país fue hasta fechas recientes, uno de los más prósperos países del continente negro. “Pocos han fracasado tan espectacularmente, o tan trágicamente, como Zimbabwe en el último lustro. De ser una de las infrecuentes historias de éxito en África, ha pasado a representar uno de sus peores desastres económicos y humanitarios”.
¿Qué es lo que está pasando? El presidente, Robert Mugabe, acusa a sus enemigos nacionales y extranjeros, particularmente a Inglaterra y a EEUU, de tratar de derrocarle. Como no podía ser menos, tanto Mugabe como parte de la élite académica sacan a pasear la vieja excusa de siempre: el Tercer Mundo está siendo explotado por las multinacionales y por el legado del colonialismo.
Parece increíble que, teniendo al alcance todos los conocimientos de que dispone el mundo moderno, siga habiendo tantos países pobres y tanto progre demagogo. Se comprende que en épocas pasadas la gente no tuviera luz eléctrica, medicinas eficaces, aparatos electrónicos, etc. porque no existían. Pero hoy en día, cuando hasta los “técnicos” abundan, ¿a qué se debe que tantos sigan siendo tan pobres?
Sucede frecuentemente que la respuesta a un problema por ser obvia pasa desapercibida y, otras veces, la respuesta es tan simple que no merece crédito y se descarta sin pensarlo. ¿Acaso es mucho pedir reconocer que la ausencia de progreso se debe a que, en el afán de lograrlo, más bien se impide? Si así es, la solución es obvia: dejar de bloquear e impedir el progreso.
No pongo en duda que la mayoría de los problemas sociales proceden de la escasez. Y el principal problema de una sociedad es la atención a aquella parte que sufre la escasez de forma más acuciante, pero la sociedad está cimentada sobre la producción y la oferta. La riqueza de una familia viene de lo que pueda producir, bien para consumo propio bien para intercambiarlo en el mercado. El progreso económico, el social en consecuencia, proviene de la acumulación de capital que haga el empeño económico más productivo.
La moral personal, el trabajo y el ahorro, la familia, la pertenencia a una comunidad de personas en una sociedad estructurada por usos comunes. Todo ello constituye el camino por el que han salido de la pobreza millones de personas. No por la atención básica e inmediata en los momentos de mayor dificultad, sino porque se han reinsertado en una vida sustentada.
La lucha contra la pobreza de una determinada parte del planeta sólo puede basarse en la mejora de la realidad económica de dicho lugar. Los subsidios y la caridad son una ayuda a corto plazo, pero resultan letales a largo plazo, porque sólo prolongan determinadas situaciones contra las que hay que luchar de raíz.
Finalmente, Charles Darwin, en su teoría de la especies, sustenta que en el mundo sobreviven las especies mas fuertes y las especies más débiles son las que desaparecen más rápido de la tierra y esto en la realidad se ha vuelto una pesadilla, pues si hacemos el análisis de los países mas desarrollados frente a los países menos desarrollados, es una pesadilla el hecho de sobrevivencia, se observa en el documental las consecuencias ecológicas, sociales y económicas de la introducción de la perca del Nilo (Lates Niloticus) en el Lago Victoria, el segundo lago de agua dulce más grande del mundo , si hablamos ecológicamente sería un lago con posibilidades de un desarrollo sostenible.
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